Tomar posición: Una Remembranza del coraje


Luis poyatos.

Junio/25.

 

"No somos nosotros quienes "posicionamos" nuestras marcas. Lo hace el consumidor, con base en sus percepciones, experiencias y comparaciones con la competencia. Lo máximo que podemos hacer es influir en ese posicionamiento, a través de una propuesta de valor clara, coherente y bien comunicada".

 

Hoy en día, la palabra “posicionamiento” se usa tanto y en contextos tan diversos que ha empezado a perder claridad. La escuchamos en el deporte “el posicionamiento del equipo en la pista de juego”, en política “fulano se posiciona frente a tal tema”, e incluso en conversaciones cotidianas: “¡Miguel, posiciónate ya!” Se ha vuelto parte del día a día, pero en ese proceso ha ido perdiendo fuerza, sobre todo en el mundo empresarial, donde sigue siendo un concepto clave.

En el entorno profesional, muchas veces hablamos de posicionamiento casi de forma automática, como si todos entendiéramos exactamente lo mismo. Pero basta con detenernos un momento y revisar su definición para darnos cuenta de que no es tan simple.

Según la Real Academia Española, posicionamiento es simplemente la “acción y efecto de posicionar”, es decir, colocar algo en un lugar determinado o adoptar una postura frente a algo. Esta definición da la impresión de que el posicionamiento es algo que controlamos directamente.

Pero cuando lo miramos desde el marketing o la gestión de marcas, la historia cambia. En ese contexto, el posicionamiento no se trata de lo que decimos sobre nosotros mismos, sino de lo que ocurre en la mente del consumidor. Es la forma en que nuestra marca, producto o servicio es percibido en comparación con las demás opciones del mercado. En otras palabras, no se trata solo de lo que hacemos, sino de cómo nos recuerdan y nos entienden los demás.

No somos nosotros quienes "posicionamos" nuestras marcas. Lo hace el consumidor, con base en sus percepciones, experiencias y comparaciones con la competencia. Lo máximo que podemos hacer es influir en ese posicionamiento, a través de una propuesta de valor clara, coherente y bien comunicada. Pero el posicionamiento final, el que realmente importa, se construye en la mente del otro.

Cuando hablamos de festivales de música, especialmente en un contexto como el que estamos viviendo actualmente en España, el verbo "posicionarse" adquiere un peso tremendo.

Nos encontramos ante una situación donde numerosos artistas están rechazando participar en ciertos festivales que, según diversas fuentes, están financiados por fondos de inversión israelíes. Más de una docena de estos eventos culturales estarían vinculados, de forma directa o indirecta, a intereses económicos que apoyan una ideología señalada internacionalmente por cometer crímenes contra los derechos humanos, e incluso genocidio, según voces críticas de la situación actual en Palestina.

En este contexto, posicionarse ya no es una elección trivial, ni un gesto de relaciones públicas. Es una acción profundamente política, ética y humana. No tomar posición también es una forma de posicionamiento —una que, en momentos de crisis, puede tener consecuencias devastadoras para la legitimidad moral de quien guarda silencio.

El arte y la cultura no existen en un vacío. Se expresan, se exhiben y se consumen en un entorno social y político concreto. Y es ahí donde entra el conflicto: ¿debo, como artista, proteger mi carrera evitando "meterme en líos", como ha hecho el rapero maño KASE.O? ¿O debo asumir la responsabilidad que implica vender mi producto cultural en un festival cuyas ganancias podrían estar alimentando estructuras de opresión?

Estas preguntas no tienen respuestas fáciles. Pero lo que está claro es que posicionarse importa, y hoy más que nunca, no posicionarse también comunica algo. Nos obliga a reflexionar sobre el verdadero rol del arte y del artista en tiempos de injusticia.

La reciente declaración de Kase.O, en la que explica por qué no cancelará sus actuaciones en festivales vinculados al fondo de inversión KKR, pone sobre la mesa una tensión constante entre la responsabilidad ética del artista y las realidades del mundo del espectáculo.

Él mismo reconoce que al enterarse de la relación entre estos festivales y fondos con intereses en Israel —tras la investigación publicada por El Salto— no supo cómo reaccionar. Sin embargo, decidió seguir adelante con los conciertos, argumentando que han trabajado duro en un nuevo espectáculo, que muchos fans ya compraron entradas sin saber nada de esta controversia, y que su ausencia del cartel no cambiaría nada sustancial: “no va a salvar ninguna vida ni evitar que sigan las masacres”, dijo.

Esta posición abre un debate incómodo pero necesario:
¿Qué puede realmente hacer un artista ante una injusticia estructural? ¿Qué significa posicionarse en estos tiempos?

Kase.O opta por una forma de neutralidad pragmática, donde pesa más la ilusión del público, el trabajo invertido, y la sensación de impotencia frente a un conflicto global. Es comprensible, sí. Pero también es revelador.

Porque esta postura, aunque honesta, también refleja una desconexión —quizás involuntaria— con lo que está en juego: el poder simbólico del arte y el mensaje que se transmite con cada decisión. No se trata de creer que una cancelación va a frenar una masacre, sino de sumar presión simbólica, ética y colectiva, de dar señales, de levantar la voz desde donde cada uno puede.

En momentos así, posicionarse deja de ser una palabra vacía. Se convierte en un acto, en una línea que se traza, incluso en la duda. El problema no es no tener respuestas claras —ningún artista está obligado a cargar solo con el peso del mundo—, pero sí esconderse tras la comodidad de “no va a cambiar nada”. Porque si todos piensan así que “el último apague la luz”, efectivamente, nunca cambia nada.

Como comentábamos al principio, el posicionamiento real, el que realmente importa, no es el que creemos tener sobre nuestra obra o nuestras intenciones, sino el que ocupa nuestra figura en la mente del otro. Es el público quien, finalmente, decide si consumir o no un producto —y ese producto no es solo una canción o un espectáculo, sino también una postura, una coherencia ética, un compromiso que se construye con el tiempo.

En el caso de Kase.O, el conflicto actual va mucho más allá de lo artístico. Hablamos de alguien que ha conseguido que se le admire por letras profundamente sociales, críticas, poéticas. Temas como Basureta, Mazas y Catapultas o Repartiendo Arte no son simples rimas; son posicionamientos políticos, declaraciones éticas que han conectado con miles de jóvenes que buscan referentes con los pies en el barro y el corazón en las luchas.

Y por eso su participación en festivales financiados por fondos vinculados al régimen israelí, en un contexto donde se denuncia abiertamente un genocidio contra el pueblo palestino, genera una presión y una decepción comprensibles.

Él mismo ha dicho que no supo cómo reaccionar al conocer los vínculos con el fondo KKR, y ha argumentado que cancelar sus conciertos implicaría perder un juicio, pagar una multa muy elevada y dejar sin ingresos a su equipo. Ha asegurado que donará sus ganancias a las víctimas. Una decisión que, sin duda, trata de equilibrar lo ético y lo contractual. Pero aun así, la contradicción persiste.

Porque, como él mismo rapeó:
"Que no baile con mi música si no es pegándole patadas a un hijo de puta nazi, racista..."
¿Dónde queda esa frase cuando se actúa en un festival financiado por estructuras que —según muchos— sostienen un sistema de apartheid?

Javier Ibarra ( Kase.0) nuestro admirado rapero, nos deja frases muy comprometidas y acaba con “eres un baboso, yo soy judío y orgulloso “ ,ahora mismo ser judío y orgulloso no es incompatible con condenar los crímenes del sionismo. Pero sí plantea una tensión cuando sabemos que más del 80% de la ciudadanía israelí que es judía ha respaldado con su voto a partidos que sostienen y legitiman la ocupación, el asedio y el exterminio del pueblo palestino. En este escenario, las ambigüedades no suman.

Kase.O, vive hoy quizás el momento más difícil de su carrera: uno en el que ser consecuente duele, pero también define. Su trayectoria le da la autoridad moral para dar un paso al frente —y eso lo vuelve aún más responsable de sus actos. Porque ha sido un referente para muchos jóvenes que ahora ven una grieta entre sus discursos y sus acciones.

Además, no es la primera vez que sus declaraciones generan ruido. Recordamos sus declaraciones   desafortunadas sobre el aragonés donde  manifestó “ con todo el respeto a todas las lenguas, pero si me preguntas a mí, me la pela bastante “ que contrastaba con su antiguo verso: "no hablo fabla, pero admiro a quien la habla". O su polémica sobre las “paguitas”, insinuando que hay jóvenes que prefieren vivir de ayudas que trabajar. Aunque después pidió disculpas por la mala interpretación que se tuvo de ellas, las palabras importan, y más cuando quien las dice tiene un altavoz inmenso.

Hoy, más que nunca, posicionarse no es solo emitir un juicio; es asumir una responsabilidad pública. Y en eso, la cultura, el arte y quienes los crean, no pueden ni deben mirar hacia otro lado.

Por otra parte, me parece necesario señalar un hecho concreto que resulta especialmente preocupante: la defensa pública que hizo mi estimado Antonio Muñoz Molina de un cantante judío estadounidense abiertamente sionista que no querían dejar participar en un festival de reggae.

Al final participó, gracias a la presión de los medios de comunicación pro Israel. Un año después de aquel desafortunado escrito, ese mismo artista aparecía fotografiándose  con colonos responsables de quemar viva a una familia palestina, un acto atroz que no puede ni debe ser justificado.

Es importante que se entienda a quién se está defendiendo. Cuando figuras públicas como Muñoz Molina se posicionan sin matices, corren el riesgo de avalar, aunque sea indirectamente, crímenes y violaciones flagrantes de los derechos humanos. Y eso es especialmente doloroso cuando se hace en nombre del arte o la libertad de expresión.

 

https://xn--antoniomuozmolina-nxb.es/2015/08/18/sentir-verguenza/ 

https://www.alternativamediterraneo.com/dignidad-febrero25-soniquete

 

No podemos permitir que las conquistas más nobles de la humanidad —como los Derechos Humanos o los Derechos del Niño— sean pisoteadas y arrojadas al retrete, como lamentablemente estamos viendo cada día en las pantallas de televisión. La indiferencia o el silencio ante estas injusticias nos hace cómplices.


Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios