Legado
Lector Impertinente.
Junio/25.
Es indudable que el poder mediático en España, con grupos como Prisa, Vocento, Planeta, Atresmedia o Mediaset y todas sus ramificaciones en las finanzas, la política y las cloacas policiales daría para una serie tan cañera como valiente. Pero Netflix España prefiere hacer culebrones.
Cuando sufro este tipo de interminables series, siempre me imagino a los “creadores” (así los llamas y se las trae la palabreja) frente al ejecutivo televisivo:
—¿Qué traéis?
—Succession en España. Un magnate de los medios enfrentado a sus hijos.
—Me gusta.
—Y con referencias a medios y personajes reales.
—¿Por ejemplo?
—El grupo Prisa, Polanco, Cebrián, El País, El Mundo, Pedro Jota, Florentino…
—El comisario Villarejo, el caso Couso, el PSOE, Pedro Sánchez, los de Sumar, Irene Montero…
—Seguid contando.
El resto de la conversación ya se la imagina el lector. El resultado final es otro batiburrillo de subtramas ridículas y plagado de guiños facilones a la actualidad española y a personajes conocidos, pero que carecen de alma, de verdad. En fin: otro producto recalentado de Netflix España.
Podemos empezar, y debemos, por Federico Seligman (Jose Coronado), el protagonista. Seligman regresa de Huston de cuidarse un cáncer y descubre que sus hijos no llevan las riendas de su emporio como deberían. Y lo primero que te llama la atención es que no te crees a Coronado como un magnate de la comunicación, más bien parece un rentista de Pozuelo de Alarcón. Un magnate, tipo Polanco, mira, viste, habla y se mueve de otra manera, no la de Coronado, que afronta con la misma expresión y monótono tono de voz una serie empresarial, de policías o de bomberos. Duele comparar al flojísimo Coronado con el Brian Cox de Succession.
Por fortuna, y es lo único destacable de esta serie, los actores elegidos para interpretar a sus hijos están mejor que Coronado y entre todos ellos destaca la magnífica Belén Cuesta. También está estupendo Gustavo Salmerón como su pareja y cineasta pijo y Lucas Nabor como su amante. En otro registro, no tan acertado, está Diego Martín, como director de El Báltico (les juro que así se llama el nombre del diario que emula a El País, aquí del Grupo Progresa, o sea Prisa) y Natalia Huarte, que interpreta a un personaje que es Irene Montero. El resto del reparto es fallido, sobre todo Salva Reina, que resulta ridículo como tiburón de las finanzas.
La serie sugiere que El País es un diario en quiebra que ha usado miles de cuentas fantasma y que es acosado por despiadados fondos de inversión.

El macguffin en esta serie (la excusa para armar una intriga que a nadie intriga) es la grabación del programa de entrevistas Epílogo, espacio de Canal+ que se emitía después de que el entrevistado hubiese fallecido y que aquí llaman Legado, título de la serie. En esta entrevista, Seligman/Polanco cuenta cosas que pueden hacer temblar a su familia, a su emporio y a toda España. De una forma ridícula, la grabación de este programa se convierte en una excusa para meter a una especie de Manuela Carmena criminal y al comisario Villarejo, que buscan hacerse con la grabación.
El argumento principal de la serie, de Carlos Montero, Pablo Alén y Breixo Corral, se centra en la decadencia del imperio Polanco, de Prisa. Sugiere que El País es un diario en quiebra que ha usado miles de cuentas fantasma y que es acosado por despiadados fondos de inversión. Y todo ante el lógico regocijo de los dueños de El Mundo.
Esa es la trama principal. Vamos con las tramas secundarias, para que se hagan una idea del auténtico despropósito de esta ficción. Por una parte, tenemos a Andrés, el hijo mayor de Federico Seligman y que dirige El Báltico, pero sabe que tiene los días contados (es responsable del desvío de capitales y de cuentas de suscripción fantasma), se acuesta con una de sus empleadas y se pasa con la cocaína y el bebercio.

Por otro lado, tenemos a su hermana Guadalupe, que ha sido elegida, a pesar de las zancadillas de gente de su propio partido (los guiños a Manuela Carmena y a Yolanda Díaz son sainetescos), para ser ministra del gabinete del presidente, un calco de Pedro Sánchez, que también hace de las suyas en las altas esferas mediáticas y empresariales.
Pero, cuidado, porque además la vida personal de Guadalupe es complicada. Al conflicto con su padre y su partido, se une que se está construyendo una mansión, pero su marido le ha ocultado que está levantada sobre una fosa común de la Guerra Civil (como lo leen), información que conoce el cloaquero comisario Vargas (Villarejo). Hundido en una trama corrupta, el marido de Guadalupe acaba apalizado por sicarios y ella, acorralada por la prensa, se inventa que su pareja sufre problemas con el juego, un gran problema nacional que ella combatirá con una nueva ley (como lo leen, insisto).

La otra hija, Yolanda, que dirige con éxito una cadena famosa por emitir series turcas (o sea, Divinity), es la más infravalorada de la familia Seligman, tiene una relación abierta con su marido, cineasta frustrado, usa Tinder, le gusta demasiado el eme y la coca y tiene un lío con un joven arquitecto que también, ojo, se enrolla con Lara, la pequeña del clan que, a su vez, está liada con un chico bisexual que es el hermano de Bruno escudero (José Couso) y que una vez quemó el diario de su padre con dos mujeres dentro. ¿Cómo se quedan?
Si ya la serie es lo suficientemente imbécil y absurda, en los últimos capítulos descarrila. La lista de despropósitos es enorme: la izquierdista que va a ser ministra comprando vestidos de lujo asesorada por un vendedor con mucha pluma y lengua viperina, la ridícula subtrama con una pistola que ha comprado Lara en Huston y que lleva a su amante a la cárcel, la bochornosa huida de esa cárcel, Lara investigando el caso Couso en la redacción del diario de su padre sin que éste se entere, Yolanda contactando, por casualidad, “como en Extraños en un tren” (como lo leen, vuelvo a insistir), con un sicario en una discoteca para que mate a Vargas/Villarejo … un no parar, oigan.
Sorprende la pasmosa incapacidad de sus guionistas para crear un mínimo interés emocional en el espectador.

Y aunque Legado, dirigida por Eduardo Chapero-Jackson (realizador de infames series como Sky Rojo o Élite) y Carlota Pereda (directora de la espantosa La ermita) es una mala serie que nadie se puede tomar en serio, sorprende la pasmosa incapacidad de sus guionistas para crear un mínimo interés emocional en el espectador. Salvo dos cutres momentos, como la vieja amistad del patriarca con un periodista desahuciado y la reconciliación con su hijo Andrés, todas las relaciones de los personajes, prácticamente monigotes, nunca seres humanos, se basan únicamente en el dinero y el sexo. Nada más. Y son tan esquemáticas, frías y calculadas que parecen escritas por una IA.
En fin, Netflix España sigue demostrando su nulo interés por algo que se acerque a algo digno en el terreno de la ficción y continúa apostando por una pésima televisión.
Por lo que parece no se tratará de una miniserie sino que podría tener varias temporadas si logra el éxito suficiente (que seguro lo hará). La primera parte, formada por un total de 8 episodios, se estrenó el 16 de mayo.
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