El Niñato de la bandera


Daniel Martín.

Julio/25.

 

 

En España estamos habituados a este tipo de lamentables espectáculos donde cualquier descerebrado se pasea impunemente, a pesar de estar prohibido, con una bandera de la etapa de la dictadura franquista, pero en el resto de Europa no son capaces de entender cómo un niñato puede exhibir tranquilamente una bandera preconstitucional en un evento deportivo de primer nivel y máxima audiencia, en un acto que a simple vista puede parecer una provocación, más en una ciudad Munich,  ya que en Alemaia está penada con pensa de prisión la apología del fascismo, y Franco, fue un fascista.

 

 

El niñato que exhibió  una bandera franquista, no preconstitucional, no (preconstitucional también es la bandera republicana), una bandera del régimen asesino franquista, durante la final de la Nations League en el estadio de Munich, necesita un reciclado democrático, una puesta a punto de esa Constitución que desconoce pero que seguramente después saldrá a "defender" para salvarla la democracia de la "tiranía del sanchismo" incitado por sus mayores, sin embargo, no es la impune actitud del joven miembro del corral fascista, también encierra una inquietud mucho más profunda sobre el estado actual del discurso ideológico entre los jóvenes.

La fascinación entre los jóvenes por lo prohibido y lo autoritario no es un fenómeno nuevo, pero resulta preocupante que, en pleno siglo XXI, se está dando un giro hacia la idealización de ideales fascistas sin la base del conocimiento histórico que permita comprender las consecuencias de entregar el poder a gobiernos fascistas. El polluelo fascista que ondeó la bandera fascista en el estadio de Munich, lo hizo sin conocer, sin haber vivido el dolor y la opresión que significó la dictadura franquista en España, o las que conllevó para todo el planeta el ague del fascismo en la Alemania de principio del pasado siglo, reduciendo a un mero símbolo una durísima realidad histórica y humana que exigió demasiada sangre y sacrificio como para ser reducida a mero símbolo.

Lo que del polluelo vemos en las imágenes de televisión nos lleva a aventurar que se trata de un niñato que no ha alcanzado aún la pubertad, es un pobre crío de buena crianza que intenta impresionar a un par de crías, presumiendo de cosas que no entiende, y manejando símbolos cuya simbología, ni mucho menos, alcanza a entender. La incultura digital ha contribuido a este fenómeno, transformando símbolos de autoritarismo en meros “memes” estéticos. Las redes sociales, con su estupidez disuelta en inmediata absorción visual, a menudo diluyen el contenido histórico de estas imágenes en un sopicaldo carente de sentido histórico e ideológico, lo que  no resta absolutamente nada a la preocupación que nos debe embargar  a todos cada vez que uno de estos símbolos, aunque sea en las manos de un joven pollino que no entiende lo que está aireando, aparezca en cualquier aspecto de nuestra sociedad, y la rapidez con la que hemos de atajar dichas muestra de estupidez, por el bien de todos.

La atracción por el fascismo en la juventud debe entenderse, en parte, como una respuesta a un sentimiento generalizado de indefensión y desencanto con una democracia que, abandonadas al liberalismo económico, ha dejado sin esperanzas una buena parte de lesa juventud y la más completa desesperación a otro enorme porcentaje, que se siente frustrado y no ve un futuro más allá de la último Trending Topic publicado por el/la influencers de turno.

En un mundo marcado por desigualdad, la crisis política y la incertidumbre el fascismo se presenta muy atractivo, por su falsa imagen de de orden y fortaleza, en realidad control y falta de libertades, para un segmento de la población que está buscando precisamente esa fuerza que los impulse y el orden necesario para enderezar sus vidas, lo que sumado al desinterés de los gobiernos porque en nuestras escuelas se enseñe historia y la supina incultura general que gracias a las redes sociales se derrama por el planeta, expliquen el auge del cáncer fascista entre niñatos que jamás han padecido los rigores de un régimen fascista, y es precisamente en ese deseo de encontrar una identidad y seguridad donde subyace el peligro: se corre el riesgo de construir un ideal vacío, basado únicamente en la estética del poder, sin la crítica necesaria que impida repetir errores históricos.

La solución a este preocupante fenómeno no reside en la censura, sino en la educación y el diálogo intergeneracional. Es imperativo que el conocimiento histórico se convierta en un pilar fundamental del currículo educativo, no solo para recordar los hechos, sino para entender su significado y las consecuencias de volver al pasado. Los relatos de quienes vivieron bajo regímenes de represión son testimonios vivos que ofrecen advertencias y enseñanzas imprescindibles.

Solo a través de un diálogo honesto y crítico, que yuxtaponga tanto la teoría como la experiencia vivida, se podrá contrarrestar la banalización del autoritarismo, y por tanto el auge del sectarismo fascista.

Este episodio es un llamado urgente a repensar nuestras estrategias comunicativas y formativas. No basta con condenar un acto aislado; debemos explorar las raíces de una desinformación que ve en lo autoritario, el gran árbitro debería ser nuestra capacidad para aprender de los errores del pasado y construir un futuro en el que la libertad y la democracia sean reales, no meramente decorativas, que haga que el joven que ondea esa bandera sea el reflejo minoritario de una sociedad que ha olvidado demasiado un pasado que nunca más debería de resucitar.


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