De Corpus
Julia Montalbán.
Junio/25.
"La evolución de la festividad durante estos siglos constituye un reflejo fidedigno de las transformaciones sociales, políticas y culturales que ha experimentado el mundo católico a través de los años"
Es en el mes de junio, cuando las calles de nuestras ciudades se engalanan para celebrar la Eucaristía, una tradición católica con la que se enfatiza la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento, una festividad en la que se derrocha el ornamento floral, y los elementos naturales como juncias y romeros. Se trata de una costumbre que se desarrolla después de Pentecostés, entre el fervor popular y la solemnidad religiosa, donde asistimos a la perpetuación de un legado que trasciende lo meramente festivo para convertirse en testimonio vivo de una transformación cultural que se remonta a más de 700 años, cuando Juliana de Cornillón propuso la celebración de una festividad en honor al Cuerpo y la Sangre de Cristo presente en la Eucaristía, y el obispo de Lieja, Roberto de Torote, quien dispuso en 1246, acogiéndose a la potestad que le asistía para instituir fiestas en su diócesis, que se celebrara la del Corpus Christi a partir del siguiente año, señalando para su celebración el jueves siguiente a la octava de Pentecostés, consolidando con el tiempo una celebración que, lejos de ser una simple manifestación folclórica, constituye la materialización tangible de un proyecto político-religioso concebido por los Reyes Católicos como herramienta de cohesión social y cristiana, acercando al pueblo, la complejidad inherente a esta festividad, que desde sus orígenes evidenció esa dualidad mística/festiva, una condición aparentemente contradictoria pero profundamente simbólica, entre lo sagrado y lo profano.
La evolución de esta festividad durante estos siglos constituye un reflejo fidedigno de las transformaciones sociales, políticas y culturales que ha experimentado el mundo católico a través de los años, superando las adaptaciones contemporáneas que han convertido el Corpus en un evento ciudadano de primer orden.
Pero quizás lo más revelador de esta pervivencia centenaria sea la manera en que la festividad ha logrado mantener esa esencia original de encuentro entre tradiciones aparentemente irreconciliables. En una época donde la globalización amenaza con homogeneizar las expresiones culturales locales, donde el turismo de masas puede vaciar de contenido las tradiciones más auténticas, el Corpus persiste como testimonio de que es posible preservar la tradición sin renunciar a la evolución, mantener su autenticidad.

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