La última trágala de Trump y Netanyahu al pueblo palestino
Specula.
Octubre/25.
Los defensores de la propuesta, esos abusones de patio de colegio, la presentan como alta dosis de pragmatismo frente a la “realidad sobre el terreno”. Sin embargo, el pragmatismo que ignora la igualdad de derechos es simplemente malévolo cinismo.
Propuesto ya el último plan de “paz” impulsado por Donald Trump en relación con Gaza no es, en realidad un plan de paz justo y que mire por las vidas. Se trata más bien, de un documento político diseñado para consolidar un statu quo desigual y ofrecer a Israel lo que desde hace décadas busca, que no es otra cosa que la legitimación internacional de la ocupación y el sometimiento, ahora incluyendo también aniquilación del pueblo palestino. Bajo el disfraz de un acuerdo histórico, se esconde un trágala que reduce las aspiraciones nacionales palestinas a un espejismo y las deja sin solución de continuidad real. Es algo más que susto y con toda seguridad, más muerte.
El taimado texto, presentado con el lenguaje ampuloso de la “oportunidad histórica”, plantea un Estado palestino fragmentado, carente de soberanía efectiva y sin control de sus fronteras, espacio aéreo o recursos naturales. A cambio de aceptar estas condiciones de reduccionismo prácticamente a la nada, Palestina recibiría promesas de inversiones económicas y ayuda internacional. En otras palabras, un trueque de dignidad por migajas posibilistas: se ofrece prosperidad económica de trampantojo a cambio de renunciar al derecho fundamental: la autodeterminación.

Benjamín Netanyahu y Donald Trump tras una reunión en la Casa Blanca.
Foto: EPA
La propuesta no solo vuelve la cabeza a las resoluciones de Naciones Unidas que reconocen el derecho del pueblo palestino a un Estado viable, sino que legitima la piratería de las colonias ilegales de colonos judíos en Cisjordania y la anexión de territorios ocupados. Lejos de ser un puente hacia la paz, consagra una asimetría de poder que convierte a los palestinos en meros habitantes de enclaves dispersos, sin continuidad territorial ni capacidad política u organizativa desde lo institucional. Gaza seguiría bajo un bloqueo sofocante, maquillado con promesas de proyectos de infraestructura que, en la práctica, quedarían sujetos sine die al beneplácito israelí.
Donald Trump escenificó la presentación del plan con el primer ministro israelí como único socio visible. La ausencia de representantes palestinos en la mesa no es un detalle baladí: revela la verdadera naturaleza del proyecto, concebido unilateralmente para satisfacer los intereses de Tel Aviv y de los sectores más duros de la política estadounidense. La paz, sin la participación activa de quienes más sufren el conflicto, es una farsa, un insulto a la dignidad de la parte más débil.
Lo más inquietante es que este plan coloca al pueblo palestino ante un dilema brutal: aceptar la humillación de un Estado ficticio o enfrentar la perspectiva de la extinción física y política. La disyuntiva entre tragar o desaparecer no es compatible con ninguna noción de justicia, ni con los principios básicos del derecho internacional. Se trata de un chantaje revestido de diplomacia bastarda en el que Trump concluye con un, “Benjamín, si no lo aceptan, haz lo que tengas que hacer”.
Los defensores de la propuesta, esos abusones de patio de colegio, la presentan como alta dosis de pragmatismo frente a la “realidad sobre el terreno”. Sin embargo, el pragmatismo que ignora la igualdad de derechos es simplemente malévolo cinismo. Ningún proyecto de paz puede basarse en la imposición unilateral ni en la negación del otro. La historia demuestra que la represión de un pueblo no trae estabilidad, sino resistencia y más violencia.
En definitiva, el plan de Trump aspirante con ella al Nobel de la paz, no resuelve el conflicto; muy al contrario, lo profundiza. Al despojar al pueblo palestinos de su horizonte nacional y al blindar los privilegios israelíes, convierte la paz en un simulacro y empuja la región hacia un futuro más incierto y doloroso. La paz verdadera exige reconocer al pueblo palestino como sujeto político con plenos derechos, no como un obstáculo a saltar o eliminar. Cualquier propuesta que no parta de esta premisa estará condenada al fracaso y nosotros a verlo.
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