Remembranza de un ser que no hay que sobreproteger

Luis Poyatos.

Agosto/205.

 

En el oficio de enseñar no se trata solo de transmitir conocimientos; es, sobre todo, un acto de humanidad. Quien guía a un alumno debe estar rodeado de valores, y el primero de ellos es la honestidad. Decir la verdad es sembrar la base misma de la educación. A su lado caminan el respeto, la responsabilidad, la sensibilidad, la humildad… y un valor silencioso que a veces olvidamos nombrar, aunque siempre está ahí: la gratitud.

 

La remembranza de este mes nace precisamente de esa gratitud. Quiero dar las gracias a una alumna que no solo me acompañó durante todo este curso, sino que me enseñó más de lo que jamás imaginé: a ser valiente en momentos complejos, a mirar sin prejuicios, a callar los juicios de valor y a entender que, a veces, proteger demasiado es no dejar crecer.

Todo comenzó casi como un susurro: un antiguo alumno le pasó mi teléfono para que la preparara para el acceso a la ESMUC, la Escuela Superior de Música de Cataluña. Quien conoce esa institución sabe que no abre sus puertas fácilmente. Sus pruebas no solo miden conocimientos; exigen coraje, preparación minuciosa y un amor por la música tan hondo que roce la disciplina de los grandes profesionales.

Desde el principio, supe que aquello era un reto mayúsculo. El análisis armónico, los acordes, los modos, los ejercicios auditivos, las escalas… todo eso lo manejábamos bien. Pero gracias a su acierto de presentarse a un simulacro unos meses antes del examen real, comprendimos el verdadero nivel de exigencia. Hablamos de técnicas de dirección para Big Band, de composición y arreglos para saxos, trompetas, trombones… de solis, de tuttis, de backgrounds, del famoso four-way close...

Hubo un instante —lo confieso— en que estuve tentado de dar un paso al lado, de recomendarle a alguien más preparado en ese terreno. Pero entonces apareció ella, con una fuerza interior que desarmaba cualquier duda. Me animó, me sostuvo, me pidió que no la soltara. Que siguiéramos. Y así lo hicimos.Me enseñó el significado de la valentía. Su “mochila guerrera de ilusiones” cargaba sueños: la ESMUC, el Taller de Músics, la Creativa de Madrid y sobre todo cargaba un anhelo profundo :convertirse en una cantante moderna con la formación más sólida que pudiera adquirir, desde el repertorio clásico hasta el soul.

El día que la vi por primera vez en persona, sentí que algo en mí se transformaba. Del Uber bajó un ser frágil y luminoso, guiado por un bastón blanco. Detrás de él, otro bastón: su pareja, otro ser exquisito. El coche partió y me quedé allí, con esas dos almas que durante todo el año me harían sentir una mezcla de responsabilidad y ternura difícil de describir.

Al principio, él la acompañaba para darle mayor seguridad. Y con el paso de los días, me fue hablando de sus viajes por el mundo, mientras yo, curioso, no dejaba de hacerles preguntas.

En invierno, me llamó la atención que no llevara guantes. Ella me respondió con total naturalidad: Si los llevo, pierdo el tacto con el suelo”.  Así era Laura: claridad y ternura en cada palabra.

En el transcurso de la casa hasta la parada del metro, hablamos de viajes, de aplicaciones para el móvil, de ciudades que prometen cultura mientras aún levantan barreras invisibles para muchos.

Laura me respondió siempre con dulzura. Me enseñó, sin proponérselo, que la verdadera ayuda se ofrece cuando se pide, que guiar una mano invidente sin su permiso es arrebatarle libertad. Sobreproteger, va a ser que no.

Como si la vida quisiera ponerle más música a la historia, en medio de todo esto llegó la noticia: Laura había sido seleccionada para Tierra de Talento. Así, entre las clases de piano en el Conservatorio de Lorca, la preparación para la ESMUC y un concurso televisivo, esta joven multiplicaba su coraje. Ya había hecho historia antes: Laura que es de Almería, con solo catorce años representó a España en Eurovisión para personas ciegas y ganó con un tema propio, Otra visión.

La conocí siendo menor de edad, con 17 años y la despedí, al final del curso, con 18 años recién cumplidos y una lista de logros que dejan sin palabras: finalista de Tierra de Talento, sobresaliente  en el conservatorio que ella realiza en Lorca y, lo más emocionante para mí, el haber logrado —con una calificación de notable alto— el acceso a dos de las escuelas más exigentes de Cataluña.

Hoy solo me queda agradecer. Gracias, Laura, por abrirme las puertas de tu mundo interior. Gracias por enseñarme que el coraje puede tener voz dulce y que la música, cuando se canta desde el alma, derriba cualquier barrera.Gracias por no dejar que te sobreprotegieran. Gracias por enseñarme a mirar con otros ojos, los tuyos.


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