Caso Montoro, la corrupción sistémica de la derecha


Specula.

Agosto/25.

 

 

El conocido como "Caso Montoro", que ha vuelto a la actualidad por nuevas revelaciones y un muy incómodo silencio del Partido Popular, es mucho más que una anécdota aislada del pasado a la que restar importancia. Representa, de mil formas distintas, el fraguado de un patrón estructural de corrupción y abuso de poder que ha lastrado la credibilidad institucional de la derecha española durante décadas, incluso desde aquellos tiempos pretéritos de Franco en los que decían que, con el dictador en el poder, aquel que no robaba o era tonto o era manco.

 

Cristóbal Montoro, exministro de Hacienda durante los gobiernos de Mariano Rajoy, fue una figura fundamental en la política económica del PP. Sin embargo, más allá de su papel como gestor de cuentas públicas, ha sido señalado por su vinculación con la utilización opaca de sociedades privadas, algunas incluso adjudicatarias de contratos con la administración que él dirigía y a las que daba la orden de transferencia. Aunque el exministro no ha sido formalmente condenado todavía por corrupción, los informes periodísticos y las investigaciones abiertas apuntan a un uso, cuanto menos muy cuestionable, de su posición pública para beneficiar intereses privados, los propios entre ellos, o para proteger redes de poder afines a la derecha, entonces representada por el PP en exclusiva.

Cristóbal Montoro, exministro de Hacienda durante los gobiernos de José maría Aznar y Mariano Rajoy

Lo más grave del caso no es únicamente el hecho de que un alto cargo pudiera haber incurrido en irregularidades, todo apunta a ello, sino que su caso se inscribe en una lógica repetida de impunidad y blindaje institucional. El PP ha respondido, una vez más, con evasivas, minimizando el asunto o tildándolo de "ataque político", sin mostrar una voluntad genuina de transparencia o depuración interna. Esta estrategia reactiva forma parte de un discurso endurecido que ha abrazado en los últimos años: una mezcla de victimismo, negación sistemática y contraataque ideológico ante cualquier acusación.

Presuntamente, Cristóbal Montoro utilizó el Ministerio de Hacienda para enriquecerse a través de una entidad privada que él había fundado.

El endurecimiento del discurso del PP no es casual. Forma parte de una táctica de repliegue identitario, en la que se presenta al partido como víctima de una supuesta "persecución de la izquierda" o "lawfare socialista". Curioso que ellos que presumen de manejar desde atrás determinadas salas de los altos tribunales hablen de lawfare, mientras evitan abordar los problemas estructurales de regeneración democrática. Así, casos como el de Montoro, el de Ayuso o incluso los escándalos de corrupción en autonomías clave como Madrid o Valencia son presentados como montajes mediáticos, en lugar de asumir responsabilidades políticas y defenestrar ipso facto a sus corruptos, aun a riesgo de quedarse muy pocos marineros en el navío de Génova 13, ese lugar reformado con dinero negro.

Además del Caso Montoro, en el PP regatean otro escándalo de corrupción el de Ayuso que son presentados como montajes mediáticos.

Las derivadas actuales de esta actitud son muy preocupantes. El Partido Popular, en lugar de evolucionar hacia un modelo conservador moderno, comprometido con la ética pública, ha optado por enrocarse en la deslegitimación de las instituciones cuando estas no se pliegan a sus intereses y repiten aquello de “o conmigo o contra mí”. Esto alimenta una corrupción sistémica no solo en términos económicos, sino también democráticos: se erosiona la confianza ciudadana, se debilita la separación de poderes y se degrada el debate político. Una de las ventajas por tanto que el PP saca de su defensa generadora de descrédito democrático, es sin duda la creciente desafección del pueblo con los asuntos políticos.

En el Partido Popular están aquejados de corrupción sistémica.

El Caso Montoro es, por tanto, más que un capítulo oscuro de un dirigente ya retirado. Es el espejo en el que se refleja la falta de renovación de un partido que no ha sabido —o no ha querido— romper con las inercias del pasado. Si no hay un giro real hacia la rendición de cuentas, el PP seguirá cargando con una herencia que no solo le resta legitimidad, sino que pone en cuestión su papel como alternativa de gobierno.


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