Remembranza a "Los Pipas"
Luis Poyatos.
Julio/25.
Entramos de lleno en la época del año con más conciertos en nuestro país.
Julio se presenta como el mes estrella para la celebración de eventos musicales, y no es casualidad: el buen clima, las vacaciones escolares y universitarias, los días largos llenos de luz solar, y ese tiempo libre que invita a disfrutar de espectáculos al aire libre, hacen que todo conspire a favor. Además, es una época ideal para atraer a artistas internacionales, lo que multiplica la oferta de música en directo en todo el territorio. Desde los grandes festivales hasta los ciclos locales de conciertos, la música lo inunda todo.
Dicho esto, me gustaría centrarme en unos protagonistas muchas veces invisibles, unos más que otros pero fundamentales para que toda esta maquinaria funcione: nuestros queridos compañeros de montaje, sonorización e iluminación. En el argot del sector, los conocemos cariñosamente como “pipas”.
Como en todos los gremios, hay niveles, y si hay un rol que merece estar en lo más alto, ese es el del técnico de sonido. Su trabajo puede ser la diferencia entre un concierto fallido o uno inolvidable. Al fin y al cabo, la música entra por los oídos, y no siempre el público lo valora como se merece. Muchas veces, queremos ver más que escuchar, pero sin un buen sonido, nada funciona. Un solo acople, una mezcla desequilibrada, o un volumen mal calibrado pueden arruinar la experiencia, por muy talentoso que sea el artista.
Y qué decir del técnico de luces, los montadores de focos, conocidos en el mundillo como los “luceros”, los encargados de iluminar el espectáculo. La luz transforma, emociona y, en muchos casos, eleva la experiencia a otro nivel. Un buen diseño de iluminación puede transportarte a lugares insospechados de tu memoria y tu imaginación. Invertir en una iluminación profesional, creativa y coherente con el discurso artístico puede marcar la diferencia entre un concierto ordinario y uno extraordinario. La luz crea atmósfera, dramatiza, acentúa los momentos clave y nos envuelve sin que apenas seamos conscientes de ello.

Pero volvamos a los “pipas”.
El término, de origen coloquial, se refiere a los trabajadores que se encargan del montaje y desmontaje de estructuras, equipos y todo lo necesario para que un concierto se haga realidad. En el mundo anglosajón se les conoce como “roadies”, y también aquí los hay de varias categorías: desde quienes son contratados puntualmente en cada ciudad, hasta los que viajan en gira con artistas y bandas como parte del equipo fijo, como una familia itinerante que se desplaza de escenario en escenario.

Su trabajo es impresionante y exigente. No es lo mismo montar bajo el sol abrasador del mediodía que desmontar en plena madrugada, pero ambos requieren precisión, esfuerzo y profesionalidad. Son ellos quienes levantan el esqueleto del espectáculo y lo hacen desaparecer como por arte de magia, siempre en silencio, sin aplausos, pero con una entrega absoluta. El público rara vez los ve, pero sin ellos, no habría nada que ver ni que escuchar.

Todo el proceso del montaje requiere de muchos factores ,principalmente de la preparación del terreno, superficie nivelada, montajes de estructura, tarimas modulares, rampas, escaleras ,elementos de seguridad ,vallas, equipamiento de sonido, de luces, telones, etc.
Esta reflexión me hace mirar hacia atrás y recordar mis propias experiencias, algunas entrañables y otras marcadas por la tristeza.

Rememoro mis inicios con Carlos Cano y aquel equipo humano excepcional, reunido en torno a un maravilloso técnico de sonido que dirigía su propia empresa, Sonosur-Sonoal. Me refiero a mi querido compañero Daniel Osorio.
Se dice que son en los viajes largos donde se curte una buena amistad. Tengo que añadir que tanto en la gira de Cuba como en la de Marruecos, giras que fueron de quince días de duración, Daniel fue una joya de compañía. Desde aquí le mando, con emoción y respeto, mis agradecimientos, allá donde esté, por todo lo que me aportó. También a su hermano “J”, junto con aquellos “pipas” de Almería que tanto nos enseñaron y que tanto nos hicieron reír y aprender.
En Granada viví algo similar con la empresa de otro grande del sector: el todoterreno Manolo Daban. Manolo ha sido y sigue siendo un pionero del sonido en la ciudad. No solo dirigía los montajes y desmontajes: formó a generaciones enteras de “pipas” que aprendieron el oficio a pie de escenario, manipulando mesas de mezclas, especialmente la de monitores, jugándosela en cada prueba, acertando o equivocándose. No había otra manera, antes de pasar a controlar la mesa principal de sonido, la llamada mesa PA.
Estas siglas vienen del inglés Public Address, y hacen referencia al sistema de sonido que amplifica la voz y los instrumentos hacia la audiencia. Para muchos de estos trabajadores, la formación fue directa, real, sin red de seguridad. Y por eso mismo, el respeto por estos oficios —tan invisibles como esenciales— debe mantenerse y crecer.
Hoy en día, las cosas han cambiado. Existen escuelas técnicas de sonido, y los futuros profesionales se curten primero en pubs o salas con música en vivo, donde hacen sus prácticas antes de dar el salto a los grandes escenarios. La formación académica ha llegado, pero sigue siendo imprescindible esa parte práctica y vivencial que solo da el oficio diario.

Después de estar con Carlos Cano, pasé a formar parte de la banda de pop La Guardia durante cinco años, y en ese periodo, varios técnicos de estas empresas comentadas también trabajaron para el afamado grupo de los noventa. Éramos una gran familia musical que iba rotando, pero siempre con el mismo objetivo: que todo sonara y brillara al máximo.
Los nombres de aquellos profesionales no sé porque se parecían y te encontrabas con un Nono, como Nene, Bonju, Nino, Yiyo y así como decenas más de compañeros que vivimos los ochenta y noventa con gran intensidad .
Un recuerdo inolvidable que me dolió profundamente fue la pérdida de un amigo muy querido, llamado Carlos. Era técnico de luces, y la desdichada “parca” se lo llevó tras una descarga eléctrica. No era todo diversión, televisión, viajes, discos, bolos, etc. También existía la posibilidad de perder la vida, porque en todo gremio —y más en estos donde hay que montar en carreteras, en lugares diferentes, con tomas de tierra en mal estado o condiciones extremas— la vida puede darse la vuelta y escaparse en un instante. Y eso no se dice lo suficiente.
A partir de 1995 formé mis propios proyectos: CuBop y la TitoPoyatosBand, donde conocí a muchos “pipas”, técnicos de luces e ingenieros de sonido. A veces los contrataba yo mismo como líder del proyecto; otras veces, los ponían los ayuntamientos que organizaban los eventos. Y en todos los casos, siempre me encontré con profesionales comprometidos, trabajadores incansables y, sobre todo, compañeros de viaje que daban lo mejor de sí.
Siempre he querido darles las gracias a todos ellos. Por eso, desde aquí, desde esta remembranza, quiero mandarles un fuerte abrazo y un agradecimiento sincero por estos cuarenta años en los que he podido saborear con ellos esta experiencia musical.
Gracias por estar ahí, aunque no se os vea.
Gracias por levantar la música cada noche. Gracias por hacer que el espectáculo continúe.
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