La Revolución Filipina
Jaime Tenorio.
Agosto/25
A finales del siglo XIX el imperio español se caía hecho añicos por la sempiterna corrupción, la dejadez de la metrópoli, y el desinterés de unos políticos más interesados en sus luchas por el poder, y más preocupados por la convulsa situación internacional que por mantener y asegurar unos territorios en ultramar de los que dependía gran parte del poderío español como potencia hegemónica.
Las mismas enfermedades que infectaban a la sociedad española, aquejaban a los ciudadanos de los territorios coloniales, una descomunal desigualdad social, en la que los filipinos eran tratados como ciudadanos de segunda en su propio país, impuestos excesivos, condiciones laborables inhumanas, la siempre presente represión religiosa, y la corrupción política que sumía en la miseria a una población que no se mostró en principio especialmente levantisca contra la potencia colonial, terminaron por alterar el orden establecido, y sembrar una insurrección popular que germinó en agosto de 1896 cuando el cabecilla del grupo rebelde Katipunan (asociación en tagalo), Andrés Bonifacio, lanzó el mensaje para la sublevación, “Balintawak” (una especie de lucha de esgrima) y con el que se dio inicio a la rebelión contra el poder español, no contra España, en principio, solo contra el poder (el abuso del) español, un grito al que rápidamente se sumaron intelectuales como José Rizal que fueron los encargados de crear la conciencia nacional que finalmente condujo al fin del dominio colonial español en el archipiélago después de más de 300 años.
Las luchas internas de los sublevados llevaron a tumba a Bonifacio, asesinado por sus correligionarios, un líder que se mostró comedido y apaciguador, cuyo asesinato dejó emerger la figura de Emilio Aguinaldo, un líder bastante más duro que trasformó la rebelión contra el poder de España en una revolución independentista.
España logró controlar la insurrección en un m primer momento y tras el pacto de Biak-na-Bató, firmado en 1897 entre la metrópoli y los rebeldes, con el que se ponía fin al conflicto adquiriendo el Estado español el compromiso de otorgar a Filipinas un estatus de autonomía política y administrativa similar al de Cuba y Puerto Rico, y a terminar con las restricciones religiosas, además del pago de una cantidad de dinero por la entrega de las armas de los rebeldes. Por su parte el Katipunan se comprometía a entregar las armas, integrarse en la vida política y respetar el culto católico, además de acceder al exilio de Aguinaldo y el resto de los comandantes en Hong Kong.
Pero aquel pacto venía infectado del cáncer de la corrupción política desde su firma por Fernando Primo de Rivera, capitán general de Filipinas (tío del que después fue dictador de España entre 1923 y 1930) y Aguinaldo, porque los Estados Unidos maniobraban en las sombras para arrebatarle las posesiones de ultramar a España en la ya pergeñada guerra de 1898 y habían sobornado a funcionarios, militares, políticos y nobleza, al objeto de hacer que el pacto fracasase y se reanudasen las hostilidades como así ocurrió, al incumplir España todas su obligaciones y un nunca aclarado intento de asesinato a Aguinaldo.
La vuelta a la batalla independentista, aún con más crudeza, abonó el terreno para la intervención, en apoyo de los rebeldes, de los Estados Unidos que derrotó a las muy torpemente dirigidas y peor pertrechadas fuerzas españolas en la batalla de Bahía de Manila. Con la derrota, España cedió las Filipinas a Estados Unidos en el Tratado de Paris.
Tras la derrota española, Aguinaldo proclamó la independencia de Filipinas, pero esta no fue reconocida internacionalmente, como consecuencia nuevamente de las rastreras maniobras entre bastidores de los Estados Unidos que, una vez expulsados los españoles del archipiélago, desplegaron su bandera, convirtiendo la guerra de la independencia filipina en un conflicto filipino estadounidense, que se desarrolló entre 1899 y 1902, que terminó con la ocupación militar y colonial de las islas por parte de Estados Unidos.

El líder independentista filipino, Emilio Aguinaldo y Famy (22-03-1869,Cavite, Filipinas / 6-02-1964, Manila)
Los Últimos de Filipinas.
Mención aparte merece uno de los capítulos más kafkianos de la historia militar española, un hecho absurdo que se nos ha vendido a los españoles como heroico, y es la contumaz y, si, ellos sí, heroica, resistencia que durante 337 días opuso un puñado de españoles en la iglesia de la localidad de Baler, incluso cuando Filipinas había dejado de ser parte de España, sin atender los requerimientos de nuestros enviados, o los enviados de Estados Unidos, hasta que un hecho casual los convenció de que todo estaba perdido ya en aquella parte del mundo y decidieron rendirse, sin embargo, en un gesto de reconocimiento a su valor y a la historia común con España, el presidente Aguinaldo ordenó que no fueran tratados como prisioneros y les permitió abandonar Baler, en su vuelta a España, como soldados, en formación y portando sus armas, el dos de junio de 1899, tras 337 días de sufrimiento tan heroico como innecesario.
Hoy Baler es el escenario de un emotivo acto de reconciliación y reconocimiento entre Filipinas y España, que se celebra anualmente conmemorando a aquellos valientes. (Y añorando a los nuestros después de lo que se les vino encima, y encima aún tienen)
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