Hispanidad.


Julia Noguerol.

Octubre/25.

 

 

El 12 de octubre de 1492 representa una de las fechas más trascendentales de la historia mundial, la llegada de Cristóbal Colón a América, que marcaría el inicio de la colonización europea y el encuentro entre dos civilizaciones previamente ajenas, Europa y las culturas originarias del continente americano.

 

Se trata del más importante acontecimiento de la humanidad, no es de extrañar por tanto que la fecha ostente variadas denominaciones conmemorativas según el territorio y las diferentes sensibilidades: Día de la Raza, Día del Descubrimiento de América, Día del Respeto a la Diversidad Cultural, Día de la Resistencia Indígena, o Día de los Pueblos Indígenas, cada denominación cargando un proyecto de memoria y una propuesta de convivencia.

Y es que, aquel proyecto oceánico zarpó de Palos el 3 de agosto de 1492, y tras más de dos meses de incertidumbre, se escuchó el grito de Rodrigo de Triana desde La Pinta que anunció el avistamiento de tierra en la madrugada del 12 de octubre, en la isla que sus habitantes llamaban Guanahani y que Colón rebautizó como San Salvador, sellando de esta manera un acto de posesión simbólica en nombre de los Reyes Católicos, sin que nadie sospechara la magnitud del ciclo histórico que se inauguraba con aquel gesto ritual sobre una costa verde y desconocida para los europeos en aquel momento.
Debiendo hacer énfasis en que la historiografía recuerda que nada había “vacío” en ese paisaje: había sociedades, lenguas, cosmologías, rutas de intercambio y sistemas políticos consolidados, cuya esencia histórica quedaría bruscamente interrumpida por la expansión europea. El llamado “descubrimiento” nombra, en rigor, el contacto entre mundos que se ignoraban, y que a partir de entonces quedarán enlazados por relaciones únicas, pero también desiguales.
Es por ello que el arribo de 1492 abrió la puerta a ciclos de conquista, colonización y explotación que redibujaron demografías, economías y paisajes, al tiempo que impusieron nuevos marcos jurídicos, políticos y desde luego religiosos, produciendo un intercambio biológico y cultural ambivalente. Caballos y caña de azúcar, trigo y ganado, cruzaron el océano en un sentido; maíz, papa, cacao y nuevas sensibilidades mestizas lo hicieron en el otro, configurando identidades inéditas. Esa mixtura, con sus tensiones, expandió repertorios artísticos, culinarios, lingüísticos y religiosos, dejando un legado que hoy constituye la textura misma de lo americano.

Siendo por las implicaciones de esta fecha que la forma de nombrarla nunca fue inocente: durante décadas en Hispanoamérica dominó “Día de la Raza”, fórmula hispanista que exaltaba una supuesta comunidad de origen y destino, hoy discutida por su sesgo racial y eurocéntrico. Frente a ello, diversos países resignificaron la fecha para subrayar diversidad, interculturalidad y memoria de las resistencias, desplazando el énfasis celebratorio hacia un horizonte de reconocimiento con conceptos como: Día del Encuentro de Dos Mundos en Chile o Costa Rica, Día de la Diversidad Étnica y Cultural en Colombia, Día de la Resistencia Indígena en Venezuela y Nicaragua, entre otras fórmulas.

Ilustración: IA Alternatyiva Mediterráneo. Uso libre.

Sin embargo cada denominación es una gramática de lo común: allí donde se dice “diversidad” o “resistencia” se señala un proyecto de sociedad y una forma de tramitar el pasado en el espacio, el esfuerzo por desterrar visiones planas permitir reconocer que hubo opresiones sistemáticas y, también, incorporaciones recíprocas que transformaron la vida material y simbólica a ambos lados del Atlántico, sin confundir la denuncia con negación del mestizaje, ni la memoria de la violencia con nostalgia imperial.


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