Radio, Música y Comunidad: Una Remembranza Granadina


Luis Poyatos.

Octubre/25.

 

La radio ha sido un medio fundamental en la difusión de la música y en la construcción de la cultura  popular a lo largo del siglo XX y XXI. Su invención se atribuye a varios pioneros de las  telecomunicaciones, pero uno de los más reconocidos es Guglielmo Marconi, quien a finales del  siglo XIX desarrolló un sistema de transmisión inalámbrica de señales de radio. Sus avances  permitieron que, en las primeras décadas del siglo XX, la radio dejará de ser una herramienta  meramente tecnológica y militar para convertirse en un medio de comunicación masivo. 

En 1920, la emisora KDKA en Pittsburgh, Estados Unidos, realizó una de las primeras  transmisiones públicas de radio, y pronto este fenómeno se extendió a otros países. Con ello, la  música comenzó a viajar de forma inmediata y directa a los hogares, derribando barreras sociales y  geográficas. La radio no solo difundió géneros como el jazz, el blues, el rock and roll o la salsa, sino  que también contribuyó a su consolidación como expresiones culturales que unían a comunidades  enteras. 

En muchas regiones, la radio fue la primera ventana para conocer artistas y estilos de otras partes  del mundo, y también se convirtió en una plataforma clave para que músicos locales ganaran  visibilidad. Además, fomentó una experiencia colectiva: las familias y vecinos se reunían para  escuchar programas musicales en vivo, conciertos transmitidos o las listas de éxitos. 

Más allá de la música, la radio creó una sensación de identidad compartida. Estaciones  comunitarias y culturales ofrecieron un espacio a las voces locales, fortaleciendo lazos sociales. En  Latinoamérica, por ejemplo, la radio fue esencial para difundir géneros como el tango en Argentina,  la cumbia en Colombia o el bolero en México, que se convirtieron en símbolos nacionales. 

Aunque hoy existen plataformas digitales y servicios de streaming que dominan la industria  musical, la radio sigue siendo un medio vigente. Su importancia radica no solo en la música que  transmite, sino en la cercanía con la audiencia, la creación de comunidad y el valor histórico que  conserva como pionera en la difusión cultural y artística. 

La remembranza que me ocupa hoy va teñida de nostalgia.  

Pienso en aquellas tardes y noches en que la voz viajaba por las ondas de Onda Abierta, una radio libre ,transgresora en el que tuve la fortuna de participar.  

La radio, ese medio tan íntimo y colectivo a la vez, era entonces un espacio de encuentro, de descubrimiento y de libertad.

La remembranza que me ocupa hoy va teñida de nostalgia. Pienso en aquellas tardes y noches en que la voz viajaba por las ondas de Onda Abierta, una radio libre, transgresora en el que tuve la fortuna de participar.  

La radio, ese medio tan íntimo y colectivo a la vez, era entonces un espacio de encuentro, de descubrimiento y de libertad. Se sintonizaba en la frecuencia 106.5 FM, obviamente con sus deficiencias técnicas comenzando su emisión por las tardes. Por esta radio pasaron muchos movimientos especializados, alternativos, ecológicos...así como asociaciones de vecinos de numerosas barriadas granadinas. 

Corrían los años ochenta, una década en la que el aire vibraba con nuevos sonidos, pero también  con nuevas formas de entender la comunicación. Fue en esa época cuando florecieron las llamadas radios libres, un movimiento que se extendió por toda España tras el VI Encuentro de Radios Libres en Villaverde. Emisoras como Radio Legaña en Almería, Radio Lupa, Radio Tururú o  Radio Kras nacieron entre 1983 y 1987, multiplicándose en ciudades y pueblos con un espíritu  rebelde y comunitario.

Estas radios no eran simples emisoras: eran trincheras culturales. Su independencia de partidos políticos y gobiernos, así como su gestión asamblearia, les confería un carácter distinto, casi familiar. Eran voces cercanas que ofrecían otra mirada, un aire fresco frente al monopolio de las emisoras comerciales. Recuerdo bien cómo, al encender el dial, uno podía encontrar no solo música nueva o palabras libres, sino también la certeza de que había otros que pensaban, sentían y soñaban parecido

El marco legal nunca fue sencillo. La Ley de 1980 creó una tercera categoría para radios culturales y educativas, y muchas emisoras libres intentaron acogerse a ella. Sin embargo, el gobierno nunca otorgó licencias formales. Ante  esa falta de reconocimiento, el movimiento se sostuvo en gran parte gracias a la colaboración entre  colectivos, a los encuentros estatales en los que se compartían problemas y estrategias, y al  entusiasmo de quienes creían que la radio podía ser mucho más que entretenimiento: podía ser comunidad

En 1989 salió la Ley de Ordenación de Telecomunicaciones del PSOE que en teoría podía ofrecer  licencias a radios libres pero que en la práctica era más restrictiva que la anterior, la de Suarez en  1979. 

La ley trae consigo un concurso de licencias que es lo que se celebra en el 89,en el que las radios libres tienen que competir con las comerciales .Las condiciones que se imponen para concursar son desorbitadas y al final acabaron dando solo dos licencias ,una a Valencia a Radio Klara y otra se logró en Chinchón (Comunidad de Madrid).Con el tiempo, aquel impulso se fue apagando. Muchas radios libres fueron absorbidas o reemplazadas por radios municipales, sobre todo en localidades gobernadas por ayuntamientos socialistas.  

No obstante, el espíritu que animaba a esas emisoras no desapareció: dejó un legado de  participación, de voz propia, de resistencia cultural. Hoy en día, tenemos en Granada a Radio  Almaina,“la Onda invisible de Graná” en 88.5 FM 

Onda Abierta: memoria de una radio libre en Granada 

La remembranza que me ocupa hoy va teñida de nostalgia. Pienso en aquellas tardes y noches en  que la voz viajaba por las ondas de Onda Abierta, un programa de radio en el que tuve la fortuna  de participar. La radio, ese medio tan íntimo y colectivo a la vez, era entonces un espacio de  encuentro, de descubrimiento y de libertad. 

Corrían los años ochenta, una década en la que el aire vibraba con nuevos sonidos, pero también  con nuevas formas de entender la comunicación. Fue entonces cuando florecieron las llamadas  radios libres, un movimiento que se extendió por toda España tras el VI Encuentro de Radios  Libres en Villaverde. Emisoras como Radio Legaña en Almería, Radio Lupa en Córdoba, Radio  Tururú en Cáceres o Radio Kras en Gijón surgieron entre 1983 y 1987, multiplicándose con un  espíritu rebelde y comunitario. 

Estas radios no eran simples emisoras: eran trincheras culturales. Su independencia de partidos  políticos y gobiernos, así como su gestión asamblearia, les confería un carácter distinto, casi familiar. Eran voces cercanas que ofrecían otra mirada, un aire fresco frente al monopolio de las emisoras comerciales.

En ciudades como Granada, gobernaba por entonces el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y en la alcaldía se encontraba Antonio Jara Andréu. A pesar de ese marco político y de la tendencia hacia las emisoras municipales, yo sentía una ilusión inmensa: la posibilidad de realizar un programa de jazz. Era un sueño hecho realidad:  un espacio propio desde donde compartir esa pasión, un rincón desde el que las notas de Miles Davis o John Coltrane podían atravesar la ciudad y llegar a oídos atentos, deseosos de algo distinto. 

Dentro de aquellos grupos asamblearios también tenían su espacio los ácratas, siempre con su  energía contestataria y su manera irreverente de cuestionarlo todo. Recuerdo especialmente un  episodio que aún hoy me arranca una sonrisa: en un mitin del alcalde, dentro del propio  ayuntamiento, las ondas de nuestra radio libre —o “pirata”, como también nos llamaban— se 

colaron por los altavoces oficiales. En pleno discurso solemne comenzaron a sonar nuestras voces  cargadas de crítica. Se lió parda. No era nada agradable para las autoridades estar escuchando, en  medio de su acto político, cómo desde un rincón invisible de la ciudad se les ponía de todos los  colores. Tras aquel episodio, por supuesto, fueron a por nosotros. 

La casualidad, sin embargo, jugó a nuestro favor. Tenía un familiar que trabajaba como inspector  de antenas colectivas, esos profesionales encargados de garantizar que las señales de televisión y  radio llegaran adecuadamente a las viviendas. Él sabía de la existencia de nuestra emisora, aunque  no conocía su ubicación exacta. Un día me advirtió: la policía estaba ya preparada para  cerrarnos el chiringuito. Aquella información fue un soplo de aire: nos permitió anticipar  movimientos y entender que cada emisión era un pulso al poder, cada apertura de micrófono, una victoria momentánea.

Creo recordar que aquella radio que nos dio tantas alegrías se compró en el afamado Rastro de Madrid, y  que finalmente el propio dueño acabaría llevándosela de vuelta. Así concluyó una de esas historias lindas que vivimos unos cuantos granadinos y granadinas, con más ilusión que medios, pero con un deseo enorme de  compartir música y palabra. 

Por mi parte, tuve la fortuna de gestionar un programa que llamé “Al con-jazz de la música”, un juego de palabras que rendía homenaje a ese compás vital que atraviesa la existencia de los  músicos. Cada emisión era un viaje: entre la improvisación del jazz, la complicidad de los oyentes y  el pulso de una ciudad que respiraba cultura y libertad en cada esquina. 

La experiencia de aquella radio libre no fue solo un experimento técnico ni una travesura juvenil.  Fue un acto de comunidad, un ejercicio de resistencia cultural y un espacio donde aprendimos que  la música, cuando se comparte desde la libertad, tiene la fuerza de transformar la vida cotidiana.  Hoy, al recordarlo, no puedo evitar que suene de fondo el eco de aquellas ondas clandestinas, como  un AUDIO MP3 grabado en la memoria que, pese al paso de los años, nunca deja de vibrar.

Veinte años después de aquellas aventuras con la radio libre, la vida me regaló una segunda  oportunidad. Esta vez de manera inesperada y, lo más curioso, totalmente gratuita: recibí la oferta  de trabajar en la Radio Municipal de Granada, conocida como Radio IMFE. La emisora estaba  situada en un edificio precioso de la Bola de Oro, nada menos que la antigua fábrica de hilados y  tejidos San Patricio, un espacio cargado de historia industrial que hoy alberga las oficinas de  GEGSA. 

Allí inicié una nueva etapa, distinta en forma pero no en esencia, porque seguía latiendo en mí el  mismo entusiasmo. Presentaba entonces un programa dedicado a las músicas del mundo, aunque  con especial cariño por los ritmos latinos: la música cubana, la brasileña, las cadencias africanas  que dialogaban con el jazz y la tradición popular. Lo bauticé “Tanga”, en homenaje a la primera 

composición que escribió el creador del LatínJazz o CuBop , Mario Bauza, allá por 1942.  

Tanga es un nombre que evoca la mezcla de sonidos y el movimiento rítmico de la música  afrocubana. Nada tiene que ver con la prenda de ropa: es, más bien, un homenaje a esa fusión viva y  poderosa que invita al cuerpo a moverse y al alma a celebrar.

Con Tanga, sentí que la radio volvía a ser lo que siempre había sido para mí: una escuela de vida y  un puente cultural. Si en los ochenta la aventura clandestina nos enseñó el valor de la libertad y la  comunidad, en la radio municipal aprendí el poder de la divulgación musical y de la posibilidad de  acercar al público nuevos horizontes sonoros. Desde los tambores afrocubanos hasta la bossa nova  brasileña, la emisora se convirtió en un espacio para viajar sin salir de Granada, y para seguir  creyendo en lo mismo de siempre: que la música compartida puede unir mundos distintos. 

Es curioso cómo la vida me llevó de la radio libre y clandestina a la institucional, pero sin perder  nunca el vínculo profundo con la música. Cada etapa, desde las ondas de Onda Abierta hasta los  micrófonos de Radio IMFE, me enseñó algo distinto: la primera, la fuerza de la libertad y la  comunidad; la segunda, el poder de la divulgación y del trabajo comprometido. 

Quisiera acabar agradeciendo a todos los que hicieron posible que esas horas compartidas —con  los desconocidos que estaban y siguen estando al otro lado del dial— fueran momentos de alegría,  descubrimiento y conexión. Gracias a ustedes, los oyentes, cada esfuerzo, cada ensayo y cada nota  sonó sincero y vivo, y la magia de la radio cobró sentido. Porque, al fin y al cabo, la radio no es solo  música o palabras: es la voz de todos los que quieren escuchar y ser escuchados.


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