Genocidio y Complicidad.
Gragorio Duque.
Agosto/25.
No existen datos oficiales sobre las víctimas de la guerra, pero la Agencia de la ONU para los Refugiados reporta la estimación de más de 130.000 muertes y dos millones de refugiados. Lo peor es que decenas de miles siguen dentro del cupo de desaparecidos, y siguen sin engrosar la cifra de asesinados.
Rafael Lemkin (Bezwodne, 24 de junio de 1900-Nueva York, 28 de agosto de 1959) fue un jurista polaco de familia judía conocido por acuñar el término «genocidio» y principal impulsor de que fuera reconocido como delito por el derecho internacional, apareciendo definido por primera vez en su libro El poder del Eje en la Europa ocupada, publicado en los Estados Unidos en 1944, país al que Lemkin logró escapar de la persecución nazi en 1939, en la que murieron 49 de sus familiares.
Lemkin creyó que después del “asesinato racista” de los armenios y de la campaña de exterminio de Hitler contra los judíos, era preciso que los poderes del mundo “civilizado” se unieran para poner fuera de la ley a crímenes y criminales que “cocaban la conciencia”. A tes de que Lemkin acuñara el término, la persecución y asesinato sistémático de grupos nacionales, éticos o religiosos se conocía como “barbarie”, pero para Lemkin este término no conseguía expresar el tremendo horror cometido y esperaba que el nuevo término consiguiera hacer temblar a quienes lo escucharan y les obligaría a prevenir, castigar e, incluso, suprimir la matanza, a la que habría que sumar el genocidio del genocida José Stalin en Ucrania.
En 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó por unanimidad el primer tratado de derechos humanos, la Convención del Genocidio, que requería que los signatarios” previnieran y castigaran” el genocidio. Pese a ello, Estados como Inglaterra mantenía su apoyo al gobierno de Nigeria cuando asesinaba y mataba al pueblo Ibo de Biafra a finales de los años 60, y lo anterior no supuso mayor problema para que murieran más de 3 millones de civiles en el llamado genocidio de Bangladés a comienzos de los 70, con apoyos, votos y vetos en las Naciones Unidas de cualquier propuesta por parte de amigos y enemigos de los contendientes.
Para los años 90 del pasado siglo quedan los genocidios acaecidos en Ruanda y los Balcanes. En Sarajevo, asediada durante cuatro años, se recuerdan episodios como la explosión de un obús de grueso calibre en el mercado de Markale del centro de la ciudad, provocando al menos 69 muertos y 206 heridos, convirtiéndose en la mayor masacre ocurrida en esta ciudad desde que fue sitiada por los serbios (5 de abril de 1992 al 29 de febrero de 1996), siendo esta matanza de civiles y el genocidio de Srebenica de 1995 los dos hechos más sanguinarios de la guerra yugoeslava.
En el genocidio de Srebrenica, serbios de Bosnia y elementos del Ejército Popular de Yugoeslavia asesinaron a 8.000 bosnios musulmanes en julio de 1995, hace justo 30 años. Para mayor vergüenza, los 8.000 asesinatos se produjeron en una zona previamente declarada como «segura» por las Naciones Unidas, ya que en ese momento se encontraba bajo la supuesta protección de 400 cascos azules neerlandeses. Aunque se buscaba supuestamente la eliminación de los varones bosníacos, la masacre incluyó el asesinato de niños, adolescentes y ancianos, con el objetivo de conseguir la limpieza étnica de la ciudad. Tras los Acuerdos de Dayton, que pusieron fin a la guerra, Srebrenica quedó ubicada en la subdivisión del país denominada República Srpska, que agrupa al 90 por ciento de los serbios de Bosnia.
No existen datos oficiales sobre las víctimas de la guerra, pero la Agencia de la ONU para los Refugiados reporta la estimación de más de 130.000 muertes y dos millones de refugiados. Lo peor es que decenas de miles siguen dentro del cupo de desaparecidos, y siguen sin engrosar la cifra de asesinados.

Tras la caída de la Unión Soviética, Yugoslavia se fragmentó. Por una parte Eslovenia y Croacia declararon su independencia en 1991, lo que desató tensiones en Bosnia, que desataron una guerra que comenzó el 6 de abril de 1992, cuando Bosnia declaró su independencia, en ese momento fuerzas serbias, iniciaron ataques contra poblaciones no serbias.Fue un conflicto en el que se cometieron atrocidades con objetivo era eliminar poblaciones de ciertas etnias en territorios estratégicos, con líderes políticos de corte fascista que promovieron ideologías nacionalistas que alimentaron el odio entre comunidades que hasta entonces habían convivido sin violencia.
En medio de las guerras, en 1993, la ONU creó un tribunal internacional para juzgar a las personas presuntamente responsables de graves violaciones de derechos humanos. Algunas de las condenas más notorias incluyeron la del líder serbio Radovan Karadzic, condenado a 40 años de prisión en 2016 por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio durante la guerra de Bosnia. Ratko Mladic, excomandante del ejército serbobosnio y llamado "el carnicero de Bosnia", fue condenado en 2017 a cadena perpetua tras ser hallado responsable del genocidio de Srebrenica.
Podría entenderse con lo anterior que por fin, 45 años después de la Convención del Genocidio, los Estados miembros y mandatarios planetarios buscaron hacer efectiva su borrosa y genérica letra. Pero en abril de 1994, tras el atentado que mató al presidente ruandés Juvénal Habyarimanaen los 100 días siguientes extremistas hutus llevaron a cabo una campaña sistemática de exterminio contra los tutsis y hutus moderados, estimándose que alrededor del 70% de la población tutsi fue asesinada durante este periodo, sin que los que crearon el tribunal unos meses antes para enjuiciar las atrocidades en Europa dijeran “esta boca es nuestra” y al menos enviaran cascos azules para proteger poblaciones en riesgo.
Superado el sangriento siglo XX, el siglo de las dos guerras mundiales, el del Holodomor (en ucraniano: Голодомор) nombre atribuido a la hambruna que devastó el territorio de la República Socialista Soviética de Ucrania, Kubán, Ucrania Amarilla y otras regiones de la URSS, en el contexto de la colectivización de la tierra emprendida por la URSS, hacia 1932-1933, cuando habrían muerto de hambre entre 1,5 y 12 millones de personas y que a día de hoy sigue sin tener la calificación oficial de genocidio, o los ya citados, en agosto de 2014, hace tan solo 10 años, el Estado Islámico cometió el llamado genocidio yazidí en la región de Sinyar, por ser históricamente acusados de ser adoradores del diablo.

El Ejército Islámico asesinó a más del 2,5% de los 400.000 yazidíes de la provincia Sinyar.
La madrugada del 3 de agosto de 2014, la cara sur del Monte Sinyar fue atacada en lo que posteriormente se denominó Desastre de Sinyar o Masacre de Sinyar. En 10 días, no sólo en la ciudad de Sinyar, sino también en las poblaciones aledañas, el Ejército Islámico asesinó a más del 2,5% de los 400.000 yazidíes de la provincia, además de los muertos de hambre y deshidratación que sufrió el territorio de todos aquellos que no se convirtieron “voluntariamente” al islam, o las más de 6.000 mujeres vendidas en subasta y sometidas a esclavitud. Las mujeres más jóvenes fueron en muchos casos obligadas a casarse con sus captores. Aquellas que fueron capturadas embarazadas, fueron sometidas a abortos forzosos por parte de los ginecólogos del Estado Islámico como manera de impedir su reproducción.

Más de 6.000 mujeres vendidas en subasta y sometidas a esclavitud. Las mujeres más jóvenes fueron en muchos casos obligadas a casarse con sus captores.
Se calcula que, a fecha de 2020, unos 300.000 yazidíes viven en campos de refugiados en condiciones de inmensa precariedad. Según otras cifras, aproximadamente 280.000 refugiados no tendrían ninguna perspectiva de regreso ante las disputas y tensiones territoriales sobre la región, la cual aún es enormemente dependiente de ayuda internacional.
La calificación de la Masacre de Sinyar como genocidio fue reconocida por numerosos gobiernos y parlamentos internacionales, además de por organismos e instituciones y sus principales órganos, como las Naciones Unidas y el Parlamento Europeo, el Departamento de Estado de los Estados Unidos o la Liga Árabe. Sin embargo, adía de hoy ni siquiera la Liga Árabe se atreve a declarar como genocidio lo que está sucediendo en Gaza, al tiempo que los Estados Unidos, reconocedores del genocidio de Sinyar, se apresura a vetar cualquier condena a Israel en Naciones Unidas al tiempo que el candidato al Nobel de la Paz felicita al genocida Netanyahu y planea los beneficios del resort.

El británico Alex de Waal, director de la Fundación Mundial para la Paz
El británico Alex de Waal, director de la Fundación Mundial para la Paz en Tufts University, en Estados Unidos y una de las máximas autoridades en cuanto al estudio de las hambrunas, autor de libros como “Inanición masiva: la historia y el futuro de la hambruna" (Mass Starvation: the history and future of famine), señala la hambruna, como "la experiencia individual del cuerpo consumiéndose" y una "experiencia colectiva de deshumanización" y que desde la Segunda Guerra Mundial no ha habido ningún caso de hambruna tan minuciosamente diseñada y controlada como la de Gaza. "Quienes infligen una hambruna son conscientes de ello; saben que lo que hacen es, en realidad, desmantelar una sociedad".
Al menos 154 personas han muerto de hambre hasta el momento en Gaza, incluyendo 89 niños, según las autoridades sanitarias del territorio. Más de 100 agencias de ayuda advirtieron la semana pasada que la hambruna masiva se está extendiendo en el territorio. Y el Programa Mundial de Alimentos de la ONU alertó que uno de cada tres habitantes de Gaza no come durante varios días, mientras el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, negaba que hubiera hambruna en Gaza y reiteró sus acusaciones de que Hamás roba gran parte de la ayuda.
Naciones Unidas ha informado que más de 1.000 personas murieron en ataques israelíes desde fines de mayo cuando buscaban ayuda alimentaria en puestos de la controvertida Fundación Humanitaria de Gaza (GHF por sus siglas en inglés), la entidad privada establecida con respaldo de Israel y EE.UU. para reemplazar a la red de distribución de la ONU.
Israel lanzó una campaña militar en Gaza en respuesta al ataque transfronterizo de Hamás del 7 de octubre de 2023 que mató unas 1.200 personas y en el que otras 251 fueron tomadas como rehenes, según autoridades israelíes. Desde entonces, los ataques israelíes han matado a más de 60.000 personas, incluyendo más de 17.000 niños, e hirieron a más de 145.000, según el Ministerio de Sanidad de Gaza.
En marzo de 2024, tras una serie de informes particularmente alarmantes, además de ataques a trabajadores humanitarios, Israel cedió a la presión del gobierno estadounidense y permitió el ingreso de más ayuda a la Franja de Gaza. Los resultados fueron inmediatos. En pocas semanas, los niveles de inseguridad alimentaria catastrófica habían disminuido. En agosto de 2024, hace un año, cuando se identificó la presencia de polio en Gaza, e Israel temía que el virus se propagara e infectara a los israelíes, Israel se asoció con la Organización Mundial de la Salud para garantizar un programa de vacunación que llegó al 95% de los niños de Gaza en cuestión de días.
Esto demuestra lo que se puede lograr si Israel lo desea.
Y lo que queda por saber: si no vamos a conseguir que la política internacional sea al menos igual de importante que los títulos del Alto Comisionado, que los muebles de la casa de Ayuso o los gustos de Koldo y Ábalos por la carne poco hecha, y exijamos a nuestro Estado, que no al Gobierno de turno, una posición seria y duradera respecto a todos los genocidios presentes y futuros
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