La Extrema Derecha

Alberto Granados.

octubre/25.

 

"La extrema derecha, la espontánea y la institucional, dejó un doloroso reguero de atentados, muchos muertos y una amarga sensación de amenaza"

 

 

Para los que ya vivimos la transición del franquismo a un sistema democrático, la extrema derecha se asocia a un partido llamado Fuerza Nueva, al que se sumaban otros grupúsculos que llenaron de sangre las calles y facultades universitarias, contando con el amparo de una policía franquista que hacía escasos esfuerzos por encontrar a los culpables. Eran derechistas nacionalistas que defendían abiertamente el franquismo. Fueron años en los que cada telediario mostraba algún atentado, unas veces causado por ETA y otras por los comandos de la extrema derecha, que seguía manteniendo vínculos con la Falange y la policía. Tal vez el ejemplo más trágico, que no único, de aquella violencia fascista fue el asesinato de los cinco abogados laboralistas del bufete de Atocha (24/01/1977), que desató un rechazo global por parte de la sociedad y forzó la convocatoria de elecciones generales, con PSOE y PCE rápidamente legalizados y un rechazo global por parte de las Fuerza Armadas, que, finalmente, cristalizó en el intento de golpe de estado de Tejero en 1981. La extrema derecha, la espontánea y la institucional, dejó un doloroso reguero de atentados, muchos muertos y una amarga sensación de amenaza. 

Tras cincuenta años de la muerte del dictador, yo me aseguraba una vejez tranquila y estable, pero desde hace algún tiempo, la nueva extrema derecha (¿o es la misma?) se está extendiendo por el mundo como una mala peste: Meloni, en Italia; Le Pen, en Francia; Bolsonaro, en Brasil, Milei en la Argentina; Orban en Hungría… Y por encima de todos estos líderes ultraderechistas, Donald Trump, que se desentiende de todo lo recogido en el derecho internacional y ha llegado a amenazar el orden mundial con propuestas tales como anexionarse Groenlandia, hacer un centro de vacaciones en Gaza y desatar una guerra de aranceles que aún es pronto para saber qué efectos podrá generar en el futuro. Y de siniestros comparsas, Putin y Netanyahu. Es una extrema derecha internacional que no se sabe quién mueve y financia y que exhiben una ideología rancia, ajena a cualquier valor democrático y que concurre a las elecciones del sistema para torpedearlo desde dentro con su peligroso negacionismo.

Estoy harto de pretextos, embustes y manipulaciones: lo de que nuestra extrema derecha actual lucha por defender las esencias de lo español por puro patriotismo es una patraña para captar los votos de gente con poco aparato crítico, esos que elevan a categoría de verdad axiomática las falsedades de Forocoches, Vito Quiles o Alvise y otros canales de calado intelectual nulo.

Para justificar la violencia organizada de Torre-Pacheco, las retenciones ilegales de migrantes en Castell de Ferro, el veto a las celebraciones musulmanas de Jumilla o la abortada convocatoria para otra cacería de menas en Hortaleza, han argumentado con tal cantidad de estupideces que me resulta chocante la pobreza ideológica de estos cromañones, frente al potencial político que nos amenaza si se cumplen las pesimistas previsiones de cara a las elecciones futuras. Que un andamiaje ideológico tan primario alcance una destacada posición en el Parlamento sería una catástrofe política que nos retrotraería a períodos históricos felizmente superados hace décadas.

Se dicen defensores de algo inexistente: las esencias patrias, la quintaesencia de España y el españolismo, algo que no existe, porque cada uno tiene una idea de este desgraciado país. Yo no tengo ni tendré jamás la convicción de que la esencia del lugar donde nací sean la tauromaquia, las procesiones, Felipe II, Franco, o Trento, de la misma forma que ellos jamás aceptarán como valores la Institución Libre de Enseñanza, la libertad de pensamiento y de opción sexual, Machado, García Lorca, el cambio climático o la libertad de culto. No se puede defender más que una visión parcial de España y han elegido la peor: la menos igualitaria, la más reaccionaria, la decimonónica, la España primate.

Que un andamiaje ideológico tan primario alcance una destacada posición en el Parlamento sería una catástrofe política que nos retrotraería a períodos históricos felizmente superados hace décadas.

Imagen:AP

Para esta defensa se acogen a asertos que se caen por su base, es decir, mienten deliberadamente: los migrantes son los culpables de todo y hay que ir a por ellos, porque nos quitan el trabajo, porque violan a nuestras mujeres, porque son un peligro en sí mismos. Los datos oficiales desmienten rotundamente estas afirmaciones, pero eso parece no importarles y los grupos afines organizan cazas de migrantes, como si estuviéramos en una sociedad tribal del África colonial.

Curiosamente, jamás les ha molestado que las colonias de turistas asentados en las islas o en la Costa del Sol lleven décadas en sus guetos lingüísticos. No han protestado nunca por las noches locas de borracheras de Magaluf. No les ha producido ninguna alarma que hayamos cambiado nuestros Reyes Magos por Papa Noel, o la celebración de los difuntos por el detestable Halloween, el bocadillo de jamón por el grasiento sándwich o la hamburguesa. Tampoco les ha molestado que en los asentamientos mineros de compañías británicas del s. XIX, se construyeran capillas de cultos protestantes. Solo parece que les importen los moros, los magrebíes y subsaharianos que, siempre según ellos, constituyen un serio peligro para la nación, aunque dichos grupos sean en buena medida, el sostén de nuestra economía y desde luego enriquecen el paisaje humano de nuestras ciudades y pueblos.

Esa maurofobia es una constante histórica bien patente en la mentalidad medieval, ya que los moros eran invasores, y en consecuencia, enemigos. Desde el Romancero tradicional y más concretamente, en los romances fronterizos, el esquema del moro malo y el cristiano bueno se asentó creando un arquetipo literario y mental. De hecho, la imaginería religiosa medieval fija al Patrón de España como Santiago “Matamoros” y son muchos los pueblos de nuestro país que incluyen en su escudo las cabezas decapitadas de algún moro. El Renacimiento invirtió tímidamente la tendencia con las novelas moriscas, que se centraban en invasores refinados y caballerescos que a veces terminaban enamorándose de una cautiva cristiana que los convertía a la religión verdadera. Supongo que el recorrido histórico de Marruecos como protectorado español aumentó la posibilidad de fricción entra ambas comunidades, y después se mezclaron criterios clasistas, xenófobos y racistas que definitivamente han calado en nuestra sociedad hasta generar un rechazo que ya está alcanzando unos niveles alarmantes, rozando el ataque nazi.

Imagen: IA Alternativa Mediterráneo. Uso libre

La extrema derecha española, que según encuestas podría alcanzar una posición política muy relevante, está representada por Vox, un partido que está prendiendo incluso entre la clase media-baja. No es que tenga unas ideas brillantes, pero su marcada xenofobia, su clasismo racista y su demagogia populista han calado en una población dispuesta a abrazar postulados que no aguantan el menor análisis. Vox ha dejado caer ideas tales como que los migrantes son los culpables de violaciones, de desajustes en el mercado laboral, de la pérdida de una pretendida identidad nacionalista. Y con esta basura ideológica han encandilado a una población que parece no tener el menor recurso crítico y aceptar dichas ideas sin el menor planteamiento, ni la menor comprobación de datos.

Vox ha estado probando hasta dónde puede llegar y ha lanzado varios órdagos (Torre-Pacheco, la playa de Castell de Ferro, Jumilla u Hortaleza) para medir su capacidad de convocar a la masa social. Y mientras espera con su mensaje negacionista (especialmente, niegan el genocidio de Gaza, la violencia machista, o el cambio climático) hasta que haya unas nuevas elecciones, por si les llega su momento. 

Imagenes: EFE

Me atrevo a profetizar un futuro mucho más violento: cuando las urnas refuercen su presencia política, cuando se junten con otros grupúsculos ultras, será el momento de evaluar hasta dónde están dispuestos a llegar. Yo, desde luego, preferiría no tener ocasión de comprobarlo: ya tuvimos suficiente pistolerismo.

Ya está bastante enrarecido el ambiente político como para echar más gasolina. Eso de que cada vez que se reúne un grupo insulten a la madre del Presidente Sánchez, de que se renueven las convocatorias para llevar a cabo cacerías de menas, de que la población gay cuente con una nueva amenaza, de que se vandalicen las sedes de los partidos de izquierda, que se recen rosarios en Ferraz al tiempo que se ahorca una efigie de Pedro Sánchez, de que un Partido Popular tergiverse los hechos y pierda la decencia democrática exigible a base de pataletas histéricas y se compare la paralización de la Vuelta a España con Sarajevo, con la cale borroka o con una preguerra civil no puede interpretarse si no es como contaminación de los populares de los postulados abiertamente fascistas de los de Abascal… ¿Dónde está el límite de lo tolerable? Y alguien sin ninguna cualificación, como es el propio Santiago Abascal, insultando desde el Congreso… Adivino un futuro de violencia desatada que después será muy difícil erradicar. 

Disturbios racistas en Torre Pacheco, alentados por movimientos de extrema derecha.

Imagen: REUTERS

Creo que hay que invertir la tendencia y aceptar a los migrantes por una simple cuestión de decencia y respeto a los derechos humanos. Con su demagogia, más de un neonazi me va a decir esa estupidez de “si tanto los defiendes, llévatelos a tu casa”, que es el culmen de la estulticia: el problema requiere una solución pública y estatal, no privada y particular, aunque dudo que se quieran dar por enterados o sus alcances lleguen a asumir algo tan simple. Pero, inexcusablemente, toca estar a la altura del momento histórico y asumir que la historia de la humanidad es la historia de los movimientos migratorios y que un país rico tiene que asumir la inmigración como parte del potencial sociocultural y económico que ahora nos toca. Lo demás será dar coces contra el aguijón de la historia.


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