La Erosion de la democracia en Estados Unidos
Specula.
Mayo/25.
Trump cultivó una narrativa de desconfianza que minó la fe del público en los procesos electorales. Según el Washington Post, Trump emitió más de 30,000 afirmaciones falsas o engañosas durante su mandato.
Que durante su mandato entre 2017 y 2021, Donald Trump no solo transformó el panorama político de Estados Unidos, sino que también impulsó una erosión preocupante de sus principios democráticos ya ha sido demostrado. Aunque los sistemas democráticos suelen resistir tensiones y desacuerdos, el enfoque de Trump hacia el poder, la verdad y las instituciones, sentó un precedente digno de alarma que aún repercute e incluso se acrecienta en su nuevo mandato en la política estadounidense.
Uno de los pilares de cualquier democracia funcional es el respeto por la verdad y las decisiones políticas escalonadas según responsabilidades. Trump hizo de la desinformación una herramienta estratégica. Había cuestionado la legitimidad del expresidente Barack Obama con teorías infundadas, hasta afirmar incluso que las elecciones de 2020 fueron robadas. Trump cultivó una narrativa de desconfianza que minó la fe del público en los procesos electorales. Según el Washington Post, Trump emitió más de 30,000 afirmaciones falsas o engañosas durante su mandato, normalizando una cultura política donde la verdad se volvió secundaria frente a la conveniencia política, algo que casa mal con los principios constitucionales americanos.
Otra manifestación de esta deriva antidemocrática fue su desprecio constante por las instituciones que equilibran el poder presidencial. Atacó a los medios de comunicación, calificándolos como “el enemigo del pueblo”, una retórica típicamente asociada a regímenes autoritarios. Despidió a funcionarios que no se alineaban con sus intereses personales, como el director del FBI James Comey, y presionó al Departamento de Justicia para que actuara como un brazo de su voluntad política, no como un organismo independiente. Esa soterrada manera de minar los cimientos de la democracia sigue galopando por la Casa Blanca a cara descubierta.
El punto culminante de esta deriva fue el intento de revertir los resultados legítimos de las elecciones presidenciales de 2020. La presión sobre funcionarios estatales para “encontrar votos”, las decenas de demandas judiciales sin fundamento, y finalmente, la incitación a la insurrección del 6 de enero de 2021 en el Capitolio, marcaron uno de los momentos más oscuros en la historia democrática de Estados Unidos. Aquel ataque fue la consecuencia directa de meses de desinformación y retórica incendiaria por parte de un presidente que se negó a aceptar la derrota. Esa negativa ya de entrada, le deslegitima para presentarse a la elección en cualquier cargo público y, sin embargo, hoy vuelve a ser el presidente de los EEUU.

El presidente estadounidense, Donal Trump, que ha comenzado su legislatura a golpe de decretazo.
Foto: AP
Aunque las instituciones resistieron el embate —el sistema judicial desestimó las demandas, y el Congreso certificó los resultados electorales—, el daño a la democracia fue profundo. Millones de ciudadanos siguen convencidos de que las elecciones fueron fraudulentas, y muchos políticos han adoptado la estrategia trumpista de erosionar la confianza pública en nombre de la conveniencia partidista. Ojo a esta distancia de y con la democracia por parte de la gente.
La democracia estadounidense no fue destruida, pero sí debilitada. Trump demostró cuán vulnerables pueden ser incluso los sistemas democráticos más antiguos cuando sus líderes carecen de compromiso con normas básicas como la verdad, el respeto institucional y la transferencia pacífica del poder.
En esta nueva fase y tras 100 días de presidencia, Donald habla de un tercer mandato que su constitución prohíbe expresamente, deporta y encarcela a pobres e inmigrantes con o sin papeles (limpieza étnica), ha comenzado la III Guerra Mundial desde lo económico con los aranceles locos, desmonta lo público en favor de lo privado a grandes zancadas y, en fin, se aleja del sentido democrático sin rubor alguno.
El problema americano se extiende cuando esa forma montaraz de revertir la democracia se adopta de manera mimética en otras latitudes y, en función de la cercanía al poder de sus nuevos actores, sus acciones recogen bien la primera parte del manual trumpista, bien la totalidad de los capítulos. En la vieja España sin ir más lejos, el PP lo hace a diario contra el gobierno legítimo salido de la voluntad de las urnas, acometiendo deslealtades institucionales, vertiendo infundios y maledicencias plenas, y en las CCAA en las que gobierna con Vox, recortando derechos a los ciudadanos, desmontando lo público, y sufragando a medios afines para su vanagloria.
El futuro en democracia dependerá de si la ciudadanía y sus representantes están dispuestos a aprender de este período y reforzar las defensas democráticas, o si permitirán que la erosión continúe bajo nuevas formas y liderazgos.
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