La Brigada de la Realidad.
Alberto Granados.
Enero/26.
Todo era obra, en el universo del relato, de una llamada Brigada de la Realidad que usaba tan coercitiva medida, resumida en la frase “del dicho al hecho”, para que los descontentos valoraran lo que se les otorgaba y se dejaran de planteamientos críticos.
El sábado 28 de agosto de 1999, el diario El País incluía un relato muy poco conocido de Antonio Muñoz Molina, "Borrador para un informe sobre la Brigada de la Realidad", que nos presentaba una sociedad distópica en que, ante cualquier planteamiento crítico sobre el sistema, este provocaba la situación criticada en su máxima proporción. Por ejemplo, un opinador que censuró el sistema de libertades, se vio abducido a un escenario que parecía real en que los grises corrían por la Ciudad Universitaria de Madrid detrás de estudiantes desafectos a los que golpeaban con una violencia desaforada, tal como sucedió en otro tiempo. El cuento ponía como otro ejemplo el de un famoso escritor que apoyaba ciegamente el régimen cubano de Fidel Castro. En una ocasión, cuando estaba a punto de comerse una langosta, los camareros fueron cambiados por unos hombres uniformados, que en vez de servirle la suculenta langosta, le sirvieron un triste plato de frijoles cocidos con una magra porción de carne.
Todo era obra, en el universo del relato, de una llamada Brigada de la Realidad que usaba tan coercitiva medida, resumida en la frase “del dicho al hecho”, para que los descontentos valoraran lo que se les otorgaba y se dejaran de planteamientos críticos.
En estos últimos tiempos desolados me he acordado muchas veces de este cuento, que tras su aparición en el periódico, no ha pasado a ninguno de los libros de relatos del escritor ubetense, por lo que es prácticamente desconocido.
Lo recuerdo cada vez que oigo a la señora Ayuso decir con su desvergüenza habitual que la España de Pedro Sánchez es una dictadura (lo de bolivariana, se ve que alguien se lo dijo y lo repite como un loro, aunque dudo que supiera delimitar el concepto). Si esa Brigada de la Realidad existiera, unos hombres vestidos de gris la meterían en un calabozo del edificio de Gobernación, en uno de aquellos calabozos en que tanto y tan esmeradamente se aplicó la picana en los tiempos de lo que sí que fue una dictadura real. Es que a la señora Ayuso no le importa apoyarse en una mentira porque está acostumbrada y adoctrinada al respecto.
Y a esos jóvenes que aseguran que estábamos mejor con Franco, la Brigada podría abducirlos hasta un piso de Vallecas donde con sumo sigilo se celebrara una reunión clandestina de miembros del Partido Comunista que, súbitamente, se verían esposados y conducidos a la prisión de Carabanchel, sin juicio previo, porque se había decretado un estado de excepción que dejaba en suspenso los mínimos restos de derechos civiles que el dictador nos dejó vigentes.
Y los entusiastas franquistas de discoteca y pastilleo, tal vez podrían encontrarse, gracias a la Brigada, con una campaña de captura de camellos que hiciera imposible el consumo de cualquier tipo de estupefacientes. La consecuente abstinencia tal vez sería más llevadero al entrar en vigor el toque de queda que cerraría discotecas y bares de copas por la necesidad de recuperar los valores de la familia tradicional. A las diez de la noche, todo el mundo en casa, como debe ser.
Con respecto a la señora Montero, doña Mariló, que aseguraba que existe censura, la Brigada tendría que ocuparse de ella y dejarla sin sus programas, igual que a su esposo. Aprenderían la diferencia entre censura y simple indiferencia ante cierto tipo de mensajes sesgados.
Y volviendo a la señora Ayuso, que afirma que Sánchez usa recursos públicos para sus fines partidistas, la Brigada de la Realidad debería apagar definitivamente TeleMadrid, modelo de manipulación donde los haya.
Pero todo esto es hablar por hablar: la Brigada de la Realidad solo es una ficción, una creación de la calenturienta imaginación de un escritor mientras la mentira política, la tergiversación de la verdad, es una desagradable realidad difícil de corregir, especialmente ante personas domesticadas por esos mentores que sugieren que el que pueda hacer debe hacer sin dilación porque la situación actual es mucho más grave que meternos en una guerra por unas armas de destrucción masiva que nadie pudo encontrar, o que culpar a ETA de la mayor masacre terrorista vivida en este triste país.
Lo que sí que nos va a parecer una distopía es ese previsible futuro en que los derechos que tanto esfuerzo costó conseguir se hayan esfumado para siempre, y una serie de personajes persigan a los migrantes casi con licencia para matar, mientras la red de carreteras, el sistema público de enseñanza o sanidad desaparecen para que el sector privado se forre. Y no va a ser precisamente una creación literaria. Será la dura realidad.
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